Mejor es ir a la casa del luto que a la casa del banquete; porque aquello es el fin de todos los hombres, y el que vive lo pondrá en su corazón.
Eclesiastés 7:2 RVR1960
Este versículo siempre ha dejado huella en mi corazón. En la vida vamos a visitar la casa del luto y la casa del banquete, y no es que Cohelet condene la celebración y los momentos de alegría, pero si nos indica que de cara al destino eterno que todos tendremos que enfrentar, serán más útiles y virtuosos los momentos del luto. No muchos siglos atrás la muerte estaba muy presente en el pensamiento de la sociedad.
Hoy todo lo que la rodea se ha convertido en tabú y los momentos de despedida de los difuntos, se han acortado prácticamente al mínimo posible. La muerte de otros es una predicación vivida que no debemos evadir. Es un momento para reflexionar que un día también nos alcanzará a nosotros, como alguien escribió en su epitafio: "Tal como estás tú ahí estuve yo, tal como estoy yo aquí estarás tú".
Hoy tenemos todo tipo de seguros para intentar tener una vida predecible, planificamos nuestro futuro lo más preciso posible. Pero que trágico que pocos se paran a reflexionar sobre el viaje a la eternidad, el cual todos percibimos en nuestro corazón, que es una realidad aunque muchos ahogen esa voz interior con ideas e hipótesis que requieren auténticos malabarismos intelectuales y gran fe. La Biblia deja claro que el destino se decide aquí y a través de un único camino y persona:
"Jesucristo el Hijo de Dios".
Te puedes burlar, lo puedes ignorar, puedes seguir prediciendo tu vida, pero no podremos decidir si el próximo huésped de la casa de luto seremos nosotros.