Mejor es el pesar que la risa; porque con la tristeza del rostro se enmendará el corazón.
Eclesiastés 7:3 RVR1960
Lo sé, así de golpe cuesta digerir un versículo como este y más a aquellos que son jóvenes y están en la pura efervescencia de la vida, donde lo superficial y temporal parece que tiene más peso que el que un día observas que realmente tiene. Pero con el paso de los años vas descubriendo dos cosas:
La primera, que el corazón necesita ser enmendado, pues contiene demasiada necedad y engaño para dejarlo suelto y que nos guíe.
La segunda, es que las adversidades y cosas que temporalmente pueden causarnos tristeza se pueden convertir a medio y largo plazo en regalos y bendiciones que corrigen nuestro corazón, cambian el peso y el valor de las cosas que no valen y nos hacen ser más sabios, profundos y dependientes de Dios, dirigiéndonos a vivir en lo que realmente vale y que trascenderá a la eternidad.
Pero una de las razones para que esto ocurra es vivir la adversidad no resignado y cruzado de brazos sino de una forma bíblica donde nuestra esperanza está en Dios quién nos consuela en todo proceso por el que tengamos que pasar, nos acompaña formando su carácter en nosotros y nos espera al final del camino para que sepamos que nunca estuvimos solos.
De adversidades en esta vida nadie se va a librar pues estamos en un mundo caído, pero depende de nosotros que sean mejor que la risa.