Porque tu corazón sabe que tú también dijiste mal de otros muchas veces.
Eclesiastés 7:22 RVR1960
¡Cuánta razón tiene Cohélet cuando nos apuntan sin anestesia con esta denuncia! Todos hemos hablado mal de otros en algún momento, y lo más terrible es que lo que evidencia tal acción, no es lo malos que son los demás; sino lo oscuro, inmaduro, inseguro, homicida, perverso y pecaminoso de nuestro corazón.
Cuando nuestra lengua se dispone a hablar de otros, automáticamente el grifo del manantial de nuestro corazón se acciona y es inevitable que salga lo que está dentro. Los celos, la envidia, las inseguridades, la necesidad de autojustificar nuestra mediocridad y pecado, nos hacen con mucha astucia hablar de otros de una forma injusta y astuta para cubrir nuestra realidad. Pero el tema no acaba ahí, pues aunque nos vamos de la conversación con un sentido de autojusticia y superioridad, los demás perciben lo oscuro y lo poco fiables que somos y que no tardaremos en hablar lo mismo de ellos también. Pero hay esperanza, el evangelio nos invita a arrepentirnos y recibir un nuevo corazón por la obra de Jesús.
Conforme la Palabra de Dios entra y madura en nuestra vida, la visión que tenemos de los demás y la nuestra misma cambia. El amor se convierte en nuestra regla, sabiéndonos amados por Dios y entrando en un descanso con nosotros mismos y con un deseo de extender gracia y amor a otros, por lo que nos cuidaremos para hablar solo lo que edifica a otros. Cuando hablar bien de los demás es nuestra tónica, descubriremos que nos hacemos dignos de confianza y las personas se acercaran confiadamente a nosotros.
¡Ten lengua de sabio!