Nadie es dueño de su vida ni es capaz de conservarla, y nadie tiene poder sobre la hora de su muerte. En esa guerra, las armas son inútiles, y la maldad tampoco puede librar al malvado.
Eclesiastés 8:8 RV2020
De todas las maneras necias de vivir la vida, la mayor es ignorar la que aquí escribe Cohélet. Tres golpes directos de realidad nos dispara para que despertemos y sepamos que tenemos delante:
- Nadie es dueño de su vida.
- Nadie es capaz de conservarla.
- Nadie tiene poder sobre la hora de su muerte.
Pero la mayoría quieren vivir sin creerse todo esto y con su forma de vivir demuestran que lo ignoran voluntariamente. La historia humana demuestra que generación tras generación se han enfrentado al mismo destino: "la muerte", donde ésta ha triunfado sin pestañear ante títulos, fama, dinero y sobre cualquier tipo de espíritu soberbio ante ella. Más nos vale temblar ante el viaje al que todos nos dirigimos, pues la muerte no es un muro sino una puerta que nos abre a la realidad de la eternidad. Todos nos dirigimos hacia ella, pero nadie ha vuelto por su propio pie de allí.
Jesucristo, el hijo de Dios sí lo hizo. Él se hizo hombre y trajo luz y verdad sobre este viaje, sobre el que la mayoría de Santos en el Antiguo Testamento les faltaba claridad. Directamente Jesús habló que hay dos destinos: cielo e infierno, y que sólo hay un camino para llegar a la presencia de Dios y es a través del arrepentimiento y de unirse a su persona en esta vida. También nos dijo que no fuéramos descuidados en como vivíamos nuestro breve soplo en este lado de la eternidad, que irremediablemente daremos cuenta de nuestras palabras, acciones, motivaciones, mayordomía, etc..
Si estás leyendo este devocional es porque aún no has realizado el viaje, pero no tengo ninguna duda de que a muchos que lo han realizado les gustaría volver atrás, leerlo y tomar decisiones diferentes a las que tomaron. Tú y yo hoy estamos a tiempo, vistámonos de las armas de Justicia que tenemos en Cristo y vivamos una vida justa antes de enfrentarnos a la muerte.