Al perezoso se le hunde el techo, al ocioso se le llena la casa de goteras.
ECLESIASTÉS 10:18 BLP
Siempre he tenido este versículo muy presente en mi vida, y lo he visto cumplirse tristemente más de una vez en la labor pastoral. Antiguamente, los techos eran más delicados y con materiales que requerían ser renovados. Pero, ¡Qué pereza daba llegar del campo y ponerte a renovar ciertas partes de éste!
Cuando llovía, las goteras se convertían en señales de alarma que anunciaban que el techo debía ser atendido, pero como al día siguiente salía el sol, ya la urgencia se pasaba, hasta que un día llegaba una feroz tormenta que hacía caer el techo, dejando a la familia en una situación de crisis y teniendo que hacer doble trabajo. Igual ocurre en todas las áreas de nuestra vida donde Dios nos pone responsabilidad, empezando por nuestra salud espiritual, vida de santidad, matrimonio, crianza de los hijos, relaciones en la iglesia, ministerio, etapas de estudios, etc.
Nos entra la pereza, nos ponemos en modo mantenimiento y nos convencemos de que a nosotros no nos saldrán goteras. Pero un día pequeñas tentaciones, conflictos, presiones, emociones desbalanceadas, etc., nos dejan ver y otros también lo ven, que nuestra vida tiene goteras. Nos convencemos de que tenemos que hacer algo, cambiar hábitos, arrepentirnos, pedir consejo o ayuda, formarnos, renovar compromisos y acercarnos más a Dios y al cuerpo, pero al día siguiente se amaina todo y volvemos a cruzar los brazos.
Habrá un día donde una tormenta en forma de crisis que en sus múltiples formas aparece y se nos cae el techo, entonces nos lamentamos de no haber respondido antes, o peor aún, le echamos la culpa a otros o al cielo por la tormenta pero, el techo ya está en el suelo. Lo esperanzador es que aun en una ruina así, podemos acudir a la gracia y con pobreza y humildad de espíritu, aprender y aquello que podamos restaurar nuevamente, hacerlo con mejores materiales y con una actitud diligente.
¿Suena alguna gotera hoy en tu vida?