Echa tu pan sobre las aguas; porque después de muchos días lo hallarás.
Eclesiastés 11:1 RVR1960
Ya hemos comentado la capacidad de observación fruto de una vida larga y de oportunidades que tuvo Cohélet. La que nos trae en este versículo me encanta, pues la veo muy interesante.
Muchos comentaristas coinciden en conectarla con el momento en el que el río Nilo abundaba en agua. Era un momento para sembrar sin ver donde la semilla aterrizaba, para un día ver como daba fruto. Este principio es algo que nos hace imitadores de Dios. Él arriesgó no sólo en la creación a sembrar vida, sino en el Evangelio nos muestra otra semilla sembrada, la de Hijo del Hombre que se dio para el rescate de muchos.
Una vida que sólo vive danzando en sus propios intereses y con el puño cerrado, tarde o temprano, se dará cuenta de que no da continuidad a nada loable ni está bendiciendo a nadie. Hay un elemento de fe en este principio de siembra generosa: lo practicamos cuando compartimos el Evangelio, cuando sembramos La Palabra en nuestros hogares, cuando discipulamos a otros en la congregación, cuando mandamos ese versículo o abrazamos a alguien, cuando sembramos tiempo y recursos en la obra de Dios, etc.
El punto es que nosotros no tenemos el control de las cosas, pero sí la capacidad de abrir nuestras manos y ser de bendición, sabiendo que Dios nunca pestañea y se pierde un momento donde le imitamos en una vida donada y generosa. Él sabe dirigir esa semilla hacia un propósito y nosotros terminaremos nuestra carrera con un sentido de plenitud y seguramente de haber visto ya mucho fruto de lo sembrado.