Acuérdate de tu Creador cuando todavía eres joven, antes que lleguen los malos tiempos y te aflija la vejez; así no tendrás que decir: «Ya no le encuentro gusto a la vida». Eclesiastés 12:1 PDT
Entramos a este último capítulo de Eclesiastés donde ya Cohélet pone las cartas sobre la mesa y revela uno de los pilares de la vanidad anunciada, y este no es otro de que lo queramos o no, la vida se apaga y todo caduca.
La bendición y el placer es un regalo de Dios para la vida a este lado del sol. En la juventud descubrimos ese regalo, pero nuestro engañoso corazón alineado a este siglo malo, nos invita a disfrutarlo sin medida y control. Es ahí donde entra este consejo de Cohélet, tener en cuenta al Creador en ese momento donde nada parece impedirnos vivir sobre las reglas. Pero existe un inhibidor del placer: EL PECADO. Muéstrame a alguien que haya cruzado todas las líneas inmorales, adictivas, en sustancias, y en las diferentes formas pecaminosas y verás a alguien que aun cuando puede volver a tocar el placer habrá un momento donde ya este no le dice nada, pues se ha mutilado a sí mismo por no creerse las reglas de la ley moral de Dios.
La vejez llega, siéntate con los mayores y sin duda escucharás esto: "el tiempo ha pasado más deprisa de lo que quisiéramos". Se puede llegar de dos maneras, creyéndote el dueño de las reglas y habiendo transgredido los límites, o habiendo tenido en cuenta al Creador y sus reglas. Aunque no siempre fuera fácil, es así que se terminará sonriendo y aun cuando el placer exterior mengüe, se seguirá disfrutando un banquete continuo en el corazón, pues la sonrisa de Dios estará sobre ti.
Nadie puede tomar esta decisión por nosotros y al final el que se sentará a la mesa vacía o a la mesa llena seremos también nosotros. Por lo menos, nadie dirá que el consejo no estaba escrito.