Cuando temblarán los guardas de la casa, y se encorvarán los hombres fuertes, y cesarán las muelas porque han disminuido, y se oscurecerán los que miran por las ventanas;
Eclesiastés 12:3 RVR1960
¡Con cuánta belleza, Cohélet nos describe algo que no nos queríamos creer!: "la vejez". Es más, ni parábamos a pensarlo en nuestra juventud, pero un día a través de pequeños avisos, descubrimos que nos alcanza y no podemos hacer nada para detenerla.
Los brazos que un día nos guardaban y nos mantenían, ahora comienzan a debilitarse y ya no tienen la fuerza de antaño. Las piernas con las que corríamos y movíamos hasta hacer salir nuestro corazón por la boca, ahora se duelen y te piden sentarte. Las muelas con las que comíamos sin dolor, ahora nos faltan y si no, nos avisan de que no podemos ya con todo. Las ventanas con las que mirábamos el mundo sin límites, ahora se empañan y ya no nos alcanza a mirar tan lejos.
Vivimos en una generación que quiere atrapar el momento y no moverse de lo externo, pero la realidad de las consecuencias del pecado están ahí y nuestros cuerpos dan un testimonio veraz y conciso sobre ello. ¡Bendito sea Dios que nos dio la esperanza de una nueva vida y creación por el evangelio! En ella se nos habla de un nuevo hombre interior que crece y se desarrolla hasta un día de resurrección, ser como su modelo: "Jesús".
Pablo era consciente de esta realidad del cuerpo exterior el cual se desgasta, pero es entonces cuando dice que el interior se renueva y crece si se
cultiva y alimenta.
Concluyo, es un absurdo perder tiempo en correr contra un reloj que no para, pero es de sabios invertir en ese hombre interior que en el nuevo nacimiento puso en marcha un reloj que no parará y continuará en la eternidad.