Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?
S. Lucas 18:8b RVR1960
Lo más precioso que nuestros padres perdieron en el jardín del Edén fue la fe en el Dios que les había dado un mandamiento. Hemos limitado la fe a un asentamiento intelectual, pero la verdadera fe, tal como su original en hebreo nos señala, "Emunáh", tiene que ver no sólo con creer, sino también con tener hacia Dios fidelidad, firmeza y confianza.
En el relato bíblico, vemos cómo desde el Génesis se libra una batalla espiritual por esa lealtad de los corazones humanos. Esa fe que, a través del Evangelio, se nos concede recuperar, Pedro establece que para Dios es más preciosa que el oro. Nada vale más para un Dios que lo tiene todo y no necesita nada, que nuestra fe en Él y Su Palabra. Pero en la pregunta que realiza Jesús, encontramos cierta preocupación y tristeza, dado que el tiempo final la voz seductora para apartar nuestro corazón de Dios y no estimarlo como digno, será más fuerte. Por ello, vincula esta pregunta a una parábola sobre la importancia de orar sin desmayar, pues sólo la oración conducirá nuestros corazones a esa tierna devoción y afecto por el Dios en quien queremos confiar día y noche.
Los demonios tienen conocimiento, pero no tienen fe, por lo que, en el tiempo final, esa fe sólo se encontrará en corazones que, además de conocimiento y actividad evangélica, estarán tan cerca de su Señor, que crecerán y su afecto y lealtad estarán por encima de cualquier propuesta o prueba.
¿Será el nuestro uno de esos corazones donde se halle fe?