Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas;
S. Mateo 11:29 RVR1960
La mansedumbre es una virtud que emana del carácter de Dios y que, sólo por Su Espíritu, es posible aprender.
El principal problema que tenemos no es el mundo caído y roto, lleno de circunstancias adversas que nos rodean; el principal problema es nuestro YO. Nos pasamos la vida intentando controlar cosas y personas, construir y luchar por nuestros derechos para tener la vida que imaginamos nos calmará el grito sediento de nuestro YO.
Pero el camino de Dios es otro. Jesús nos invitó a llevar su yugo y aprender de su corazón. Si abriéramos el corazón de Jesús, veríamos que en él no hay ninguna lucha por poder, egoísmo o por cumplir su propia voluntad.
Jesús vino a un mundo roto, donde todo parecía ponérsele en contra, y, enfocado en la voluntad del Padre, llegó a entregar su vida en una cruz.
El manso está tan muerto a su yo, que su alma no lucha ni pelea, como describe el pasaje en Santiago 4, que le pasa a la mayoría de seres humanos. El manso está tan rendido y confiado a la fidelidad, bondad, sabiduría y omnisciencia divina, que ha renunciado a rebelarse contra la voluntad no entendida de Dios.
Nada ha sido menos entendible que la muerte de un inocente como Jesús en la cruz por manos de una humanidad pecadora y rebelde, pero la actitud de Jesús fue la de un cordero que no abre su boca y cuyo corazón camina confiado en una voluntad buena, agradable y eterna como la del Padre.