Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los cuidaba en tu nombre; a los que me diste, yo los cuidé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliera.
San Juan 17:12 RVC
Como vimos en el anterior devocional, ser hijo, en el planteamiento Neotestamentaria, es una invitación en MAYÚSCULAS a una relación de amor para con Dios a través de Jesucristo. Esto es a lo que Judas fue invitado y de lo que participó durante un tiempo.
¿Qué fue lo que le pasó entonces? Nadie que es invitado a una relación de amor está obligado a permanecer en ella, pues el vínculo es eso: "amor", que no deseo. Y esa es la invitación que unos capítulos atrás escuchamos del mismo Jesús:
"Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor". Ese permanecer, en griego, tiene la idea de quedarte por voluntad propia y libre para una relación con expectativa. Por lo tanto, lo que le ocurrió a Judas fue que dejó de amar a Jesús para amarse a él mismo, sus agendas y deseos. Y créeme que no van a ser pocas las veces que seremos tentados y llamados a cambiar nuestro amor por Jesús hacia nosotros mismos, en forma de otras cosas y deseos.
Pero el que permanece mirando y disfrutando la belleza y gloria de Jesucristo, su amor se seguirá manifestando como una ofrenda y respuesta en forma de obediencia, pues es imposible mirarlo y dejar de amarlo.
Nada nos apartará de su amor, pero nosotros debemos de permanecer por gracia en este, cada día hasta la eternidad.
